Una noche, después de algún Gin-tonic y resumiendo nuestras vidas, llegamos a la conclusión de que no podíamos seguir haciéndonos mayores sin arriesgarnos a alcanzar nuestros sueños. Los sueños son personales, eso es lo bueno que tienen… lo que para unos es innecesario, para otros es vital.
Con eso lo que queremos decir es que nosotros no tenemos ni queremos tener la verdad absoluta, ni mucho menos. Entendemos que para la generación de nuestros padres debe ser complicado entender que nos queramos ir con una mano delante y otra detrás, y que cojamos un avión sin saber dónde ni de qué vamos a vivir en los próximos meses. A ellos les parecerá un suicidio. La diferencia es que a nosotros lo que sí nos causa vértigo es la idea de marchitarnos a los veintitantos, de dar la espalda a todo un mundo que experiencias, de anclarnos a un lugar solo por el hecho de cumplir con el patrón social: ahora mismo no entra en nuestros planes ni comprar un piso, ni hipotecarnos, ni arelarnos a un sitio concreto, ni tampoco es que queramos abandonar nuestra vida actual… simplemente que nos morimos de ganas con descubrir nuevos lugares, conocer nuevas personas, vivir otras aventuras, ver el mundo desde otros puntos de vista y llegar a ser mejor personas.
Sabemos lo que teníamos aquí, por eso ha sido más difícil tomar la decisión, pero también sabemos que tarde o temprano volveremos, así que de momento, que las estrellas nos acompañen.