Después de 6 horas de bus y 1 en una especie de 4x4 a lo grande, llamado “jardineira”, llegamos a Jericoacoara, un precioso pueblo perdido en mitad de la nada... solo dunas y mar alrededor. Es uno de los sitios más espectaculares que hemos visto jamás y eso que no llevamos ni una semana de viaje. Antiguo pueblo pesquero de no más de 3000 habitantes, con calles de arena, lleno de “pousadas” y restaurantes con mucho encanto, habitados por surferos de todo el mundo que vienen a buscar el mejor viento. La tranquilidad que transmite este lugar es algo que solo se puede percibir si estás aquí, el tiempo se para y cosas tan cotidianas como la ropa se vuelven banales; hawaianas y bañador son lo único indispensable.
Nosotros nos hospedamos en la Pousada Aqua, aunque lo nuestro más que una estancia es un trueque. Se trata de un pequeño hostal de ocho habitaciones que llevan el nombre de frutas típicas de Brasil. Leticia y Fernanda son sus propietarias. A cambio de ayudarlas durante 5 horas al día, tenemos una habitación y comida diaria, cosa que nos da cierta libertad para perdernos entre las dunas y sin tener gastos extra.
De momento, lo que más nos ha impactado desde que estamos en Brasil son las horas de luz solar. El hecho de que estemos tan cerca del Ecuador hace que el sol sea constante durante todo el año, y tanto sale como se pone a las seis, coincidiendo las 12 con el mediodía exacto. Esto hace que el ritmo de vida se adelante y la gente se levanta pronto para aprovechar las horas de día, o más bien de sol porque aquí (lo siento por los que estéis en el hemisferio norte) la temperatura media es de unos 30º todo el año. Y hablando de temperatura…una cosa que también nos ha trastocado es que, por primera vez en la vida, en un mismo año viviremos dos veranos de forma consecutiva.
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1 comentario:
Suena maravilloso. Disfrutad, chicos! Un abrazo desde el ártico...
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