lunes, 16 de enero de 2012

La otra Patagonia

Nuestros días en El Calafate siguen transcurriendo tranquilos, sin grandes cambios ni novedades, trabajando un poquito y ahorrando para poder continuar nuestro viaje en los próximos días.


Lo bueno es que nuestro día libre semanal siempre resulta productivo. El pasado miércoles visitamos una estancia, aunque no tenía nada que ver con aquella que hicimos hace un par de semanas en la que montamos a caballo. Ésta se llama “25 de Mayo” y, pese a no incluir ninguna actividad física, resultó de lo más entretenida.



A las 18 hs nos recibieron con una fogata y una ovejita de 4 meses, “la Pepa”, llegó corriendo y balando, suplicando por que le dieran su biberón. Charly, el guía de la estancia, comenzó a contarnos la historia de la misma. Resulta que el fundador del 25 de Mayo y hombre más importante para la creación del pueblo fue un mañico, Jerónimo Berberena, que emigró de su pueblo en 1910 en busca de fortuna. Llegó junto a su mujer, Mª Cruz de la Torre, a Buenos Aires pero como allí no consiguió trabajo se dirigió hacia la Patagonia. Pensad que en aquella época Argentina tenía en torno a 6 millones de habitantes, de los cuales 1 millón eran italianos y 800.000 españoles. Después de algunos años en El Calafate (que por entonces tenía unos 500 habitantes), fundó la estancia que nosotros visitamos. La actividad principal eran las ovejas de raza Merino, que son conocidas por la calidad de su lana. Sin embargo, con la aparición de la fibra sintética y la dura competencia de la producción de lana en Australia e Inglaterra, Jerónimo se vio obligado a diversificar la actividad de la estancia. Así, en 1972 creó un pequeño hospedaje dentro de la estancia que, hoy en día y muy ampliado, funciona como hotel. Obviamente lo de las ovejas ha pasado a ser algo casi anecdótico; tienen unas 600 y son una mera atracción turística.


Durante la explicación nos dieron mate, tortitas fritas y, lo mejor, el café carretero. Es un café especial, con historia. Resulta que, una vez que esquilaban las ovejas, tenían que llevar la lana para venderla a la capital de la región, Río Gallegos, que está a 300 km de aquí pero que en un carro y en esa época suponía un viaje de casi un mes. Se iba todo el pueblo junto, en caravana. Cada día, cuando paraban para hacer la pausa de la noche, encendían una fogata y preparaban este peculiar café. Ponían agua a hervir y añadían unas cucharaditas de café. Después, cogían pedazos del carbón de la fogata, lo rebozaban en azúcar y lo introducían dentro de la tetera. Se supone que este carbón actúa como esponja para absorber los posos del café y, a la vez, le da un gusto azucarado y ahumado muy sorprendente. Gracias al carbón podían servirlo directamente, sin necesidad de colarlo.



Un gaucho nos hizo una demostración de esquila tradicional, a tijera, vamos como antaño. Después de eso, Charly nos enseñó las antiguas instalaciones. Las máquinas de esquila eléctricas que les llegaban de Inglaterra, la prensa para hacer los fardos de lana y la caseta donde clasificaban las ovejas, en viejas, nuevas o machos. Para acabar el paseo vimos la huerta y el invernadero y, lo mejor, una degustación de vino tinto patagónico junto con cordero marinado como aperitivo.



La visita a la estancia incluye la cena, buffet de ensaladas, berenjenas en vinagre, una empanada de carne alucinante, parrillada de carne y postre. Todo muy rico…además cuando disfrutas de una comida así y gratis parece que disfrutas el doble. Para cerrar la noche hubo un show de baile gaucho. Una tarde redonda.





2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ohhhhhh! Me encanta la vaquita!!!
Un beso y esperando más historias.

Belén

Florencia dijo...

Todo el mundo habla de que El Calafate es muy lindo y todo eso, pero para colmo por lo que veo ahora me entero que hay comida realmente rica jaja